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Notas desde el encierro imaginario 4

De la vida, el lado B

Desde hace dos semanas el mundo es otro. Las escenas de calles vacías, museos abandonados, salas de cine cerradas, plazas públicas donde el eco del aleteo de las palomas es lo único que resuena, son la constante.
Internet se llenó de notas falsas, gráficos que señalan el avance del Covid-19 por el mundo.
Anuncios publicitarios luminosos en medio de esas calles vacías en Nueva York, Madrid o Roma resultan ser un apocalipsis al que nunca pensamos llegar.




Los cielos azules, la llegada de la primavera, los pájaros cantando del otro lado de nuestra ventana chocan con la imagen de futuro -a la Blade Runner- de calles saturadas, oscuras, lluviosas y autos volando que habíamos imaginado.
Autos estacionados, señales viales que no tienen respondiente, campanarios que dejaron de llamar a misa, un Papa solo en medio de la Plaza de San Pedro hablando al horizonte.
En todas esas fotos la voz humana parece ausente. El mundo exterior se ha empezado a vaciar de nosotros.
Sociedad de la Información
https://www.pinterest.com.mx/pin/487514728386281658/
(c)  Autor desconocido
La acción humana que circula por la red lo hace con postales de hospitales, ministros y gobernantes anunciando cómo combaten la batalla, pacientes que se han recuperado, o historias de médicos que dando todo dejaron su vida en el armario para salvar a otros tantos.



El mundo desigual es parte de esa estampa
Aunque existen llamados a la generosidad y al sacar lo mejor de sí, el terror se ha quedó dentro de la casa.
Delincuentes que llaman al saqueo de tiendas departamentales por grupos de Facebook; escenas de violencia intrafamiliar que se multiplican como plagas en fotos de Instragram; tik toks de gente comprando armas para defenderse de los otros; aumentos de ataque de estrés por sobrecarga de trabajo y de ansiedad por el distanciamiento social socializados en Youtube.


Video: Transmedialidad
(c) Jorge Hidalgo




Las otras desigualdades empiezan a florecer en medio de la cuarentena.
Madres que en medio del Home office, atienden a los hijos, cuidan a los padres, preparan la comida, limpian el hogar y se dan cuenta que 24 horas les son insuficientes para responder a lo que el mundo les demanda con solo dos manos, denuncian su dolor en comentarios en un post.
El aislamiento introspectivo es muy distinto a la soledad forzada del confinamiento. La pérdida del sentido de libertad y de movilidad ha detonado cuadros de tristeza y depresión que tratan de calmarse consumiendo meme tras meme.
Ya empezamos a ver jóvenes aburridos de los videojuegos y las series de televisión. El binge consumption mediático también produce empacho. La saturación de notas sobre el coronavirus en todos los canales provoca un framing overload.
Desde hace dos semanas vivimos los efectos de un resfriado no común. Un mundo que ha cambiado por un virus no puede ver la biología como algo ajeno a lo económico, social y cultural.
Estamos ante algo más que una infección. El Covid-19 evidenció un mundo que ya estaba entre nosotros. Visibilizó nuestros dolores y carencias. Amplificó falacias y malestares. Agudizó todas nuestras divisorias. Levantó nuevas fronteras y ocultó el brazo salvaje del capitalismo más profundo. Muchas son las instituciones que no han podido sostenerse ante el contagio. El ecosistema que ha venido a talar es el humano. El mundo no era plano como afirmaba Thomas Friedman. Tiene demasiados picos y valles. El hiperindividualismo quedó a flor de piel entre los estantes vacíos del supermercado.










El coronavirus embargó nuestro futuro, evidenciando los males del presente. El mundo futuro, que se pronuncia en presente ha tocado nuestras puertas. Necesitamos algo más humano que lo humano para no abrir o si abrimos superarlo.
Volver al otro es lo único que quizá pueda salvarnos. El verdadero futuro debe pronunciarse en plural. En un modo más incluyente y solidario. Debe partir del nosotros para acercar al ellos.
Desde hace dos semanas el mundo es otro. O quizá el pasado nunca fue distinto. Quizá sólo es que nos habíamos negado a ver, lo que hoy desde la ventana se ve más claro, porque no aparecemos nosotros entre lo que vemos.






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